sábado, 21 de junio de 2025

No son mejores, solo van más lentos

Venezuela vive desde hace 26 años un proceso destructivo sin paralelo en la región.  Su moneda se ha devaluado en porcentajes astronómicos, la economía ha retrocedido a niveles de casi inicios del siglo XX, altos niveles de inseguridad, emigración forzada de más de 7 millones de venezolanos regados por el mundo, y todo esto bajo el manto de una oprobiosa y corrupta tiranía socialista que nunca pensó en abandonar el poder desde que lo obtuvo por votación popular en 1998.

Antes de 1998 Venezuela era el típico país subdesarrollado latinoamericano, pero teníamos una fuente de ingresos que no tenían los otros: el petróleo.  Desde su descubrimiento alrededor de 1920, permitió que el estado, usando su prerrogativa de ser el dueño del subsuelo y sus riquezas (nefasta doctrina heredada desde la época colonial) otorgó concesiones nacionales y extranjeras para la explotación petrolera, y eso le permitió obtener recursos fiscales que a su vez, de alguna u otra manera se fueron viendo reflejados en el progreso de ese país rural en donde apareció el petróleo.

A pesar de que la explotación petrolera generó ingresos importantes, se gestaron ideas de que era insuficiente lo que estas empresas que explotaban ese recurso pagaban al fisco nacional. Y esa idea no solo era dentro del país, también era compartida en buena parte de Latinoamérica y de los países productores de petróleo. Siempre recuerdo una de las tiras de Mafalda quien, al ver a su recién nacido hermano lactando del pecho de su madre, lo equiparaba a una empresa petrolera que extraía recursos de Venezuela.


Estas ideas nos llevaron progresivamente a creer que éramos un país rico solo por el hecho de tener petróleo bajo el subsuelo, y desde 1942 a progresivamente ir estatizando la actividad petrolera. Alrededor de 1943 con la promulgación de la legislación de hidrocarburos del momento se estableció la repartición igualitaria de los ingresos de la explotación de la actividad (el recordado fifty-fifty), más no de los costos de la operación. Luego, durante el gobierno de Rómulo Betancourt, con su política de “no más concesiones” le ponía un horizonte de 20 años a la terminación de las concesiones vigentes en la época. Esta medida hizo que las empresas concesionarias dejaran de invertir en capital, ya que, y basados en la experiencia de las nacionalizaciones en otros países productores de petróleo, podían esperar que no se renovaran las concesiones. La respuesta del gobierno Caldera I fue la promulgación de varias leyes para intentar revertir la desinversión en el sector petrolero y estatizar actividades como la explotación del gas y la comercialización de los derivados de hidrocarburos, y en paralelo el aumento del impuesto sobre la renta a la actividad petrolera.  Todo esto representaba mayores ingresos para el Estado venezolano.

Este afán estatista llegó a su clímax entre 1974 y 1975 con la elección de Carlos Andrés Pérez a la presidencia, quien en sus promesas de campaña incluía la “nacionalización” de la principal riqueza nacional.  Entre esos años fueron estatizadas las industrias del hierro y el petróleo.  Coincidió esos años con un conflicto en el medio oriente que hizo que los precios del petróleo se incrementaran casi 400%. Con una industria estatizada, para el gobierno del momento fue como ganarse la lotería. Y se comportó como tal. El gasto público se incrementó de manera abrupta, creando la ilusión de que por fin se había logrado la riqueza y el desarrollo. Y era difícil decir que no creer que era así, la clase media sentía que lo lograba todo y llegamos a ciertos niveles de locura, de gasto desenfrenado (en USA nos llamaban los “ta’barato”).

Esa riqueza, tal como la miel, atrajo a muchos emigrantes e hizo que nuestros vecinos de Latinoamérica nos vieran con cierta envidia y reconcomio. Los mismos sentimientos que bien describe Carlos Rangel en su obra magna Del buen salvaje al buen revolucionario, que en general sentimos los latinoamericanos respecto de los Estados Unidos en donde nos parece insoportable que en el mismo tiempo histórico ellos hayan alcanzado el desarrollo y nosotros no.

Obviando ese detalle, Venezuela fue un país diferente a otros de Latinoamérica en ciertos aspectos sociales, y eso lo he aprendido en mis años viajando a lo largo del continente.  Nuestra sociedad tenía mucha más movilidad social que otras, había mucha más apertura al inmigrante y, a pesar del estatismo, la clase media se hizo importante en la generación de riqueza, con todo y las taras compartidas.  

Respecto de la inmigración hay que hacer un apartado. En Venezuela hubo dos procesos migratorios importantes, el primero alrededor de 1950, que abrió las puertas a exiliados europeos de la segunda guerra mundial. Ese proceso migratorio fue un proceso de asentamiento (siguiendo las ideas de Acemoglu y Robinson), lo que hizo que esos “musiues” (portugueses, italianos, españoles, entre otros) se integraran en la sociedad, integraran su cultura y se sintieran parte de ese país que les abrió las puertas. El segundo proceso migratorio coincidió con el boom petrolero, y ese fue de tipo extractivo. Vinieron en ese proceso inmigrantes que lo que querían era aprovechar la riqueza que veían en Venezuela y que no había en sus países, solo venían de paso mientras lograban extraer riquezas. Y digo de paso, porque podía ser que Venezuela les abriera las puertas a otro destino (USA o Europa, principalmente) o luego de sentir que había logrado cierto bienestar, en menor medida, poder regresar a su país. Estos inmigrantes, mayormente latinoamericanos, también se mezclaron y trajeron con ellos también sus taras y resentimientos.

Hoy que a los venezolanos nos ha tocado emigrar de manera forzosa, por las causas descritas previamente, nos sorprende que tanto gobiernos como la ciudadanía de nuestros vecinos (y “hermanos”) latinoamericanos nos rechazan, discriminan y dificultan la estadía en sus países.  Ante todo, no quiero exculpar a muchos de mis compatriotas con malos comportamientos, que creen que tienen derecho de exigir cosas a estos otros países. 

Pero ¿por qué los gobiernos pondrían las cosas difíciles? Recuerden que el primer producto de exportación de muchos países de Latinoamérica son personas. La mayoría de estos países viven de las remesas que envían sus emigrados desde países desarrollados. Y eso complace a las élites económicas y políticas (aunque sea políticamente incorrecto admitirlo). Entonces, porque admitir a unos inmigrantes que van a venir a competir con nuestros ciudadanos y de paso, van a extraer remesas (nos gusta recibir, pero no que envíen, pero eso de las remesas lo discutiremos en otro artículo).

Y los ciudadanos? No se acuerdan cuando sus países vivían en crisis o bajo dictaduras y Venezuela les abrió las puertas. Pues no. Y no se quieren acordar, porque el rechazo a los venezolanos es la respuesta del envidioso de alegrarse de que quien envidiaba ahora perdió los atributos que causaban su envidia. Es el revanchismo de recordar que “ayer Uds eran ricos y ahora son pobres, y eso me complace”. Y este reconcomio llega a restregarnos en la cara que hemos sido incapaces de derrocar a la tiranía que nos mantiene en la miseria. Y esto pasa, con ciertos matices, en cualquier país del vecindario (mayormente en aquellos que en la época de bonanza venezolana eran más pobres). Y aunque hay gente que amablemente nos ha abierto las puertas de sus casas y vecindarios, siempre está el reconcomio (a mi mismo me han mandado de vuelta a mi país o me han recriminado de haber huido como refugiado, a pesar de ya tener la nacionalidad del país que me recibió y en muchos casos pagar más impuestos que quienes me han señalado)

Un buen amigo publica en su facebook una noticia terrible que en Chile asesinan a una venezolana dentro de su propiedad por tener la música alta. Y lo peor de la noticia es notar que en la mayoría de medios dentro comunicación de ese país del sur vienen sistemáticamente deshumanizando a la migración venezolana.  Y ese proceso de deshumanización está asentado en ese sentimiento de creerse superiores ahora que los venezolanos ya no tienen su antigua riqueza.



Este amigo cierra bien su reseña con una reflexión que aplica a todos aquellos países de la región en donde aflora ese resentimiento anti venezolano: no se crean mejores ni diferentes, solo van más lentos en el camino de su destrucción. Las taras latinoamericanas son las mismas, y siempre afloran, y tarde o temprano los alcanzarán. En el panorama actual, solo parece que Argentina está empezando a desandar ese camino autodestructivo, pero apenas está dando la vuelta.

Solo pido que este tiempo oscuro nos haga aprender a los venezolanos muchas cosas, pero entre ellas debemos tener dos muy claras: una vez recuperada nuestra libertad jamás hay que volver por la senda del socialismo y la inmigración con fines extractivos hay que limitarla.

Amanecerá y veremos

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