lunes, 20 de agosto de 2007

LA PROPIEDAD PRIVADA ES PARA LOS POBRES

Alberto Mansueti
Centro de Estudios de la Oferta (CEO)

Maracaibo, Septiembre de 2006

La defensa de la propiedad privada parece tarea de grandes propietarios, ¿no es así? Sin embargo no es así. Porque el respeto a los derechos de propiedad es de interés más vital para quienes poseen escasas propiedades que para quienes las tienen en abundancia.

Pero para que todos los interesados lo entiendan -pobres y ricos- es preciso comenzar por explicar qué cosa es la riqueza, cómo se produce o no se produce, y por qué hay tanta pobreza. Y qué tiene que ver en todo ello la propiedad, privada o no privada. Y lo que los Gobiernos hacen al respecto o no (y los empresarios); y sobre todo lo que dejan hacer o no a los particulares.

Y enunciar las 5 razones de mayor peso por las cuales la propiedad debe ser privada, como cuestión de supervivencia, de cada quien y de la especie, encarando de paso las causas de las embestidas contra la propiedad, y las creencias y sentimientos que la gente tiene en su contra.

E identificar correctamente a los reales enemigos de la propiedad -en especial los 5 más letales- denunciándoles como lo que son: verdaderos enemigos del progreso, de la civilización, y del género humano; y muy especialmente, de los pobres.






¿Sabes qué es la riqueza
y cómo se produce …?

5 VERDADES SOBRE LA RIQUEZA

1. Petróleo no es riqueza


Por abundante que sea, el petróleo es un recurso natural. Como el oro, el carbón, la madera, el titanio, el agua, y en general los recursos minerales, vegetales y animales. La riqueza se produce con recursos naturales. Pero también se requieren trabajo e ingenio humanos, bastante capital, y empresas privadas eficientes, en el contexto de las instituciones apropiadas. Todos esos factores productivos son las condiciones para hacer la riqueza.

2. El dinero tampoco es riqueza

Con dinero se compra la riqueza, pero sólo es una representación de ella. O lo es del capital: las materias primas, insumos, máquinas y herramientas que sirven para producir más riqueza, y reponerla. Porque la riqueza se consume.

3. Riqueza son los bienes y servicios disponibles, y los ingresos

Día a día y año a año consumimos cantidades de comida y bebida, ropa y calzado, teléfono, electricidad ... Usamos muebles, vehículos y viviendas. Y enseñanza y atención médica. Eso es riqueza. Y también los ingresos que la gente gana al producirla: los sueldos y salarios, para los empleados y trabajadores activos; las jubilaciones y pensiones, para los retirados; los intereses y cánones de arrendamiento, para los capitalistas; y las utilidades o beneficios, para los comerciantes y empresarios.

Así, mediante los ingresos de los factores productivos, la riqueza se distribuye a medida que los bienes y servicios se producen y reproducen; y en los mismos mercados donde bienes y factores se intercambian por dinero.

Para hacer riqueza suficiente, el trabajo ha de ser diligente e idóneo, parte del dinero ganado debe ser ahorrado con prudencia, y el capital debe invertirse sabiamente. Pero los mercados han de ser libres y abiertos. Y las leyes e instituciones, conceptos, ideas y creencias, no deben desalentar la creación de riqueza.

4. La pobreza y la riqueza se producen

Hay tres sistemas alternativos:

# En el mercantilismo se produce riqueza escasamente, y alcanza sólo para unos pocos, titulares de privilegios exclusivos garantizados por leyes injustas. Es el sistema de los mercados cerrados -monopolios y oligopolios-, que se llama también capitalismo de Estado, y es el que se ha practicado siempre en Venezuela.
# El sistema de mercados abiertos o libres, competitivos, sin privilegios para nadie -bajo leyes justas- se llama también capitalismo liberal. Y es el único que permite producir riqueza en abundancia y para todos. Pero nunca fue practicado en Venezuela.
# El socialismo es el sistema anti-mercados. Los mercados -donde la riqueza se hace y circula- se van erosionando y restringiendo, y al final se liquidan de un golpe. Se pretende sustituirlos por el Estado. Así se hace pobreza para todos. (O casi todos.)

5. La riqueza de unos no siempre se debe a la pobreza de otros

Mucha gente cree que los pobres son pobres porque los ricos son ricos; e igual entre los países: que la pobreza de la mayoría se debe a la riqueza de una minoría. Creen que la riqueza no es un flujo permanente sino un stock fijo, de cuya mayor parte se apropian los ricos, mediante la explotación del prójimo o la corrupción. Y que para los pobres queda poco y nada.

¿Es verdad esta creencia? Pues no bajo una economía de libre mercado, como la que hubiéramos tenido en Venezuela, si los derechos y garantías económicas de la Constitución de 1961 no hubiesen sido indefinidamente suspendidas. Mas sí es muy cercana a la verdad bajo el mercantilismo, y más aún bajo el socialismo, porque las oportunidades de enriquecerse son muy pocas y están legalmente secuestradas.

Pero cuando esta creencia se difunde -sea verdadera o no-, se genera gran resentimiento social y personal, y se exige a los funcionarios del Estado que quiten de lo suyo a los ricos, que lo den a los pobres, y que no se guarden nada para sí.

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¿Sabes por qué hay que defender
la propiedad privada?

5 RAZONES PARA DEFENDER LA PROPIEDAD PRIVADA

1. Con propiedad privada todos podemos ganar más y vivir mejor

La propiedad privada no es sólo el derecho de cada quien a conservar lo suyo. Es también el derecho de cada quien a disponer libremente de lo suyo.

Es el pilar fundamental de una economía de empresas libres en mercados libres. Y donde haya empresas privadas en competencia abierta, crean riqueza con tanta eficiencia que los precios de sus artículos -cada vez más abundantes y de mejor calidad- tienden a bajar. Y al multiplicarse los negocios, abundan los empleos, los empleadores compiten por los trabajadores, y los salarios reales tienden a subir. ¡Eso nunca se vio en Venezuela! Claro, si aquí nunca hubo libre mercado. ¿Por qué no hubo? Porque mucha gente cree que el libre mercado es bueno sólo para los ricos, o que sólo sirve para producir riqueza mas no para distribuirla. Y no es así: donde hay mercados libres se gana bien porque se ahorra mucho y se invierte más, y la riqueza se crea más fácilmente. Y se distribuye (en moneda sólida), con decentes (y crecientes) ingresos para todos.

2. La propiedad privada es el remedio a la pobreza

Por eso, quienes más necesitan el respeto a la propiedad privada no son los ricos, que ya la tienen; son los pobres, que no la tienen. Porque sin propiedad privada, los ricos pueden volverse pobres; pero los pobres, sin derecho a conservar íntegramente los frutos de su trabajo y esfuerzo, ¡nunca podrán volverse ricos!

Sin embargo, y es preciso subrayarlo, para que los pobres puedan ganar buenos ingresos y adquirir bastantes propiedades, se requiere, además del respeto a los derechos de propiedad privada, otras tres condiciones complementarias:

# Gobiernos limitados a sus funciones propias, brindando eficazmente aquello que los mercados no pueden: seguridad, justicia y obras públicas. Así los Gobiernos también se limitan en poderes y atribuciones, y en gastos y recursos. Dejan disponibles a los particulares el dinero, los activos, el personal y otros recursos económicos necesarios para satisfacer las necesidades y demandas de la población, por los canales privados.
# Mercados, empresas y actividades privadas libres, para que la gente puede coordinarse espontáneamente, ofertando los recursos que ella misma posee.
# Instituciones privadas separadas del Estado, a fin de evitar el entorpecedor y humillante sometimiento al poder y a la política.

3. La propiedad privada es el secreto del desarrollo

El periodista Tom Bethell en su libro “El triunfo más noble”, busca explicaciones sobre los porqués de la riqueza de las naciones; y todas terminan en el respeto a la propiedad privada: que la gente pueda usar y disponer libremente de lo suyo. Los pocos países cuyos Gobiernos todavía protegen y defienden los derechos de propiedad son los ricos y desarrollados; el resto no.

Hace más de 50 años el empresario Henry Weaver revisó la Historia completa de la humanidad en otro libro, “La fuente del progreso humano”, y llegó a la misma conclusión. Como igualmente hace más de 100 años el francés Frederic Bastiat, en “La ley”. Y más de 200 años atrás, Adam Smith, en “La riqueza de las naciones”. Y hace más de unos 2 mil años -en nombre de Dios- Moisés mandó a los judíos respetar la propiedad privada.

4. La propiedad privada es garantía de democracia

Muchos Gobiernos democráticos se atribuyen la función de “redistribuir” la riqueza, se supone que en favor de la mayoría pobre, y a costa de la minoría rica. Así se pierde el respeto a la propiedad privada, contra la cual comienzan entonces los ataques: exceso de impuestos, inflación, abultada deuda fiscal; expropiaciones; y gran cantidad de leyes, decretos y regulaciones limitativas y restrictivas de los derechos de propiedad. Por siglos, así se ha impedido el pleno desarrollo de los mercados, creadores de riqueza, y así los pobres no pueden salir de la pobreza.

Así los Gobiernos no son limitados, los mercados no son libres, y las instituciones privadas no están separadas del Estado. Y se pervierten todos y cada uno de los contenidos asociados a la democracia, como los principios de primacía de la Ley, independencia de los jueces, federalismo, vigencia de los derechos humanos, elecciones limpias, etc. Y las libertades de expresión, de enseñanza, de cultos y todas las demás.

5. La propiedad privada es el sostén de la libertad

La libertad de expresión no es nada si los medios de expresión dependen de licencias y permisos, concedidos a título de exclusividad. La libertad de enseñanza tampoco, cuando los particulares no pueden ser dueños de los centros docentes. Y tampoco la libertad de cultos, sin la propiedad privada de los templos y seminarios por las iglesias y asociaciones religiosas. Y así, sin propiedad privada perecen todas y cada una de las libertades básicas, que la democracia se supone que resguarda y preserva.

“Donde no hay propiedad privada, el individuo se somete al Estado o muere de hambre”. No escribió esta frase un liberal o un conservador, sino el ultracomunista León Trotski, decepcionado y amargado por el fracaso de su lucha contra Stalin, al descubrir la causa profunda de ese fracaso.

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¿Sabes de qué hay que defender
la propiedad privada …?

5 ENEMIGOS DE LA PROPIEDAD PRIVADA

1. Confiscaciones, expropiaciones e invasiones

Invadiendo cada vez más esferas privadas -agro, industria, banca, educación, deporte, medicina, arte y cultura, ciencia …-, los Gobiernos se atribuyen demasiadas funciones. Así, incurren en demasiados gastos, y se arrogan demasiados poderes.

# El gasto público excesivo lleva a los impuestos excesivos, un asalto a la propiedad privada. Y cuando los impuestos no alcanzan, los Gobiernos recurren a la deuda pública, un impuesto diferido para el futuro. O a la inflación, un impuesto disfrazado.
# El poder excesivo lleva a las confiscaciones de empresas, activos y otras propiedades privadas. O a tolerar y aún a fomentar invasiones privadas de propiedades privadas.

2. Regulaciones limitativas y otras leyes malas

El poder excesivo también lleva a las ordenanzas arbitrarias, disfrazadas de leyes, que de la propiedad dejan sólo una apariencia. Tú eres el dueño en tu casa, y dispones libremente, ¿cierto? Supongamos que mañana las leyes decidan hasta qué hora se quedan las visitas. O cuáles pueden ir o no, o qué reuniones pueden o no haber y en qué horarios. O qué se cocina y cuándo se hace limpieza. Esas intromisiones gubernamentales en la vida doméstica, ¿serían contrarias al derecho de propiedad …?

Pues igual con las intromisiones en la vida económica: controles de precios y salarios, de cambios, prohibiciones y restricciones al comercio exterior, leyes “protectoras” que garantizan privilegios, leyes del trabajo que protegen la vagancia y matan empleos, y leyes penales que estimulan el crimen. Son las leyes malas.

Las leyes malas provienen de considerar como Ley toda orden del Parlamento, así sea contraria a la justicia, a la equidad, a la razón o a la realidad. Y de considerar a la voluntad de la mayoría como norma suprema e inapelable, contra la cual no valen argumentos racionales ni derechos naturales. Constituyen perversiones de los conceptos de Ley y de democracia. Y cuando estos conceptos ya no sirven, y la razón se ha perdido de vista, ¿qué queda? La violencia desnuda.

3. Inseguridad e injusticia

La inseguridad reinante en calles y campos, y la falta de justicia en los tribunales, también representan agresiones contra la propiedad privada. Como en general el abandono por los Gobiernos de las funciones naturalmente propias del Estado -seguridad, justicia, obras públicas-, descuido que resulta de atribuirse demasiadas funciones. Así como las obras públicas aumentan el valor de nuestros inmuebles y demás propiedades, su deterioro o ausencia le disminuyen. Y lo mismo pasa con el abandono o descuido de las funciones de policía y justicia.

4. Conceptos engañosos

Tal vez el mayor peligro para la propiedad privada son los disparates. “La propiedad es un robo” dijo el socialista Proudhomme, y los ladrones saltaron de alegría. “El medio es el mensaje” dijo MacLuhan, y ya nos despreocupamos de si los mensajes tienen o no sentido. “Lo que cree la gente” toma el lugar de la realidad objetiva como criterio de verdad, y vivimos presos de las modas y opiniones cambiantes, y del relativismo. Ejemplos de conceptos engañosos: democracia “real”; desarrollo “sustentable” (o endógeno ¿?); deuda (o justicia) “social”; responsabilidad social empresarial.

Son conceptos vagos y difusos, equívocos, y con varias interpretaciones (y torcidas muchas de ellas), propios del pensamiento flojo. Abren inmensas puertas a toda suerte de torpezas, caprichos y abusos, con base en la errónea suposición de que los Gobiernos son intelectual y moralmente superiores a nosotros, conocen mejor que nosotros nuestros intereses y necesidades, y por tanto han de dirigir nuestras vidas, acciones y conciencias, y disponer a su antojo de nuestras propiedades.

5. Abandono de la razón como criterio de juicio y conducta

Mientras se guarde el puesto de la razón como superior criterio de apelación y examen, los conceptos engañosos no pasan. Y mientras haya tiempo y ganas de pensar, y no maten por completo las frases efectistas a las razones, las imágenes a las palabras, las emociones a las evidencias, y los sentimientos a los hechos, aún queda esperanza.

Te invitamos a mantener la esperanza.
Pero el primer inmenso paso adelante, es recuperar
tu capacidad de pensar!

lunes, 16 de julio de 2007

La Copa América y la Vinotinto

Bueno... y ganó Brasil.

Todo el mundo lo dudaba. Incluso yo que soy seguidor de esa selección desde que tengo conciencia (el mundial de España en 1982). Aún a pesar de las dudas, y que hubo partidos en donde no lució fuerte. En el momento decisivo ganó. Y no por poquito. 3-0. Y le ganó a Argentina. El favorito de la copa. El equipo que trajo a todas sus estrellas.

He de decir, o mejor dicho repetir, que realmente la copa estuvo bien organizada. Muy a pesar del desastre de las entradas, en donde el descaro oficial no tuvo parangón. Un gobernador que abiertamente dice que "el compró las entradas con dinero de la gobernación, para después revenderlas". Vamos a ver que va a pasar con De Lujo Promociones. Yo creo que nada.

Ahora bien, la Vinotinto. Todos los medios dicen "hicimos historia". Pregunto yo, ¿es historia sólo haber pasado a cuartos de final? ¿es historia haber jugado con miedo? Si la selección no pasaba a la segunda fase, era porque realmente somos malos en futbol. Un grupo hecho a la medida, con dos equipos un poco más débiles que el nuestro (aunque Bolivia se nos plantó bien, y nos empató el juego), y una selección uruguaya que pactó el empate del último juego para poder asegurarse el juego con nosotros en cuartos de final. Historia hubiésemos hecho si en cuartos le hubiésemos ganado a Uruguay. Pero conformarnos con que la selección hizo lo que todo el mundo esperába que hiciéra, no me parece que fuera histórico.

Nos falta mucho en el futbol. Nos falta eso que diferencia a los equipos grandes de los pequeños, el instinto de ganar. Es posible que le viniera bien al equipo un cambio de dirección, ya Richard Páez tiene algo más de 5 años dirigiendo el equipo. Pero le conviene más un cambio de actitud. De actitud ganadora de partidos. Cosa que si tienen equipos como Brasil y Argentina.

viernes, 13 de julio de 2007

Una experiencia en el centro de Caracas

Realmente, visitar el centro de Caracas es una experiencia enriquecedora.

En estos días, tuve que ir al Ministerio, ahora dizque del Poder Popular (realmente todavía no entiendo que quiere decir), para las Relaciones Exteriores, o mejor dicho, la cancillería. Me tocaba apostillar un documento que requiero para salir del país. No es más que validar la firma del funcionario que en otro ministerio firma para validar la firma de un registrador, que a su vez valida la firma del funcionario que expide el documento en cuestión. Parece un trabalenguas... pero no es. Toda esta secuencia recursiva (y pudiera decirse hasta repulsiva) de trámites burocráticos, no es nada que, según mi criterio, sea del poder popular. Más bien, se le quita poder al pueblo.

Luego de la tortuosa cola, y que el portero te atienda mal, te traten como un bruto y te reciban con mala cara en la taquilla, pude entregar el trámite.

Al salir del MPPRE, quise caminar un poco por la Av. Urdaneta, en dirección al Palacio de Miraflores. Un trayecto que pocos hacemos. Lo primero que me encontré fue el monumento al pueblo que defendió a la revolución el 11 de abril. Lo primero que recordé fueron las imágenes de ese "pueblo" disparando ferozmente (a quien sea, la policía o a la marcha).

Seguí caminando y llegué hasta la esquina en donde se cruza hacia el Palacio de Miraflores. En una esquina había un grupo de personas con pancartas de apoyo al presidente de la República y al PSUV. Al cruzar la calle e intentar caminar por la misma acera del Palacio, una persona, vestida de civil como yo me dice
"usted no puede caminar por esta acera, si quiere seguir la ruta de la avenida tiene que cruzar". Inmediatamente pensé, que como era posible que en un gobierno que se dice del pueblo, un ciudadano común no puede caminar por donde quiera. Sin ponerme a discutir, tranquilamente crucé la avenida y caminé por la acera del Palacio Blanco. Miré hacia Miraflores y me llamaron la atención tres cosas. 1) Un enorme muñeco de la mascota de la Copa América, 2) el deterioro que muestra el palacio y 3) el balcón del pueblo, cerrado y sin pueblo. Eso si, entraban reiteradamente al palacio, automóviles lujosísimos, de esos que son de los motores de la revolución.

Cuando llegué a la esquina en donde termina el Palacio Blanco y se cruza al Regimiento de Guardia de Honor, que uno queda al frente de la entrada principal de Miraflores, en donde queda el mencionado balcón, me encontré con dos señoras, ambas com sendas pancartas que le pedían al Presidente una audiencia. Al hablar con una de ellas y luego de varias preguntas, me dice, palabras más palabras menos, que dada la inficiencia y la corrupción que hay en el estado donde ella vive (Lara), y que por lo cual no le han podido solucionar su problema de vivienda (ella vive en un rancho que se está cayendo), ella viene a hablar con el Presidente, que él si puede solucionar su problema. Igual pensaba la otra señora, que ya tenía varios días en el mismo sitio esperando su audiencia.

Pensé, como juegan con la dignidad de la gente. La misma señora me lo confirmó. Me dijo que ella trabajaba en una alcaldía en su estado, controlada por el partido de gobierno, y que los obligaban a marchar, a vestirse de rojo, aún sabiendo que era afecta al Presidente. Toda esa cuadra alrededor del Palacio Blanco es lo mismo, gente entregando cartas, con la esperanza que le lleguen al Presi, y les dé un poquito de la inmensa riqueza de la cual dispone el Estado, y que NO ES de los ciudadanos.

También reflexioné en algo. Esto fue lo que sembraron a lo largo de 40 años, los gobiernos SOCIALISTAS del puntofijismo. Jugaron y enganron a los pobres. Esos mismos pobres que los terminaron sacando y colocando a Chavez. Pero en vez de desanimarme, me quedó una inquietud. La misma señora, pobre, chavista, pero con mucha esperanza, me dijo algo.
"...me estoy dando cuenta que este gobierno es más de lo mismo... así como lo llevamos ahí, también lo podemos sacar..."

Es hora que a esos pobres, que creen y que no creen en el gobierno se les de una verdadera opción. Nada de socialismo, que nos ha empobrecido a todos durante los últimos 50 años. Mucho liberalismo, mucho capitalismo que nos permita a todos generar riquezas y doblegar al Estado y a los políticos realmente a los designios del pueblo. Que realmente el gobierno sea "por el pueblo y para el pueblo" como Lincoln dijo.


lunes, 22 de enero de 2007

La Inviabilidad del Socialismo. Ludwig von Mises

Se piensa con frecuencia que si el socialismo actualmente no funciona, ello se debe a que nuestros contemporáneos no poseen aún las necesarias virtudes cívicas, y que los hombres, tal como son actualmente, son incapaces de poner en el desempeño de las tareas que el estado socialista les asigne el mismo celo con que realizan su diario trabajo bajo el signo de la propiedad privada de los medios de producción, pues, en régimen capitalista, saben que es suyo el fruto de su trabajo personal y que sus ingresos aumentan cuanto uno más produce, reduciéndose en caso contrario. Por el contrario, en un sistema socialista el que personalmente se gane más o menos no depende ya casi de la excelencia del propio trabajo; en efecto, cada miembro de la sociedad tiene teóricamente asignada una determinada cuota de la renta nacional, sin que varíe de forma apreciable por el hecho de que se trabaje con desgana o con ahínco. La gente piensa que la productividad socialista ha de ser por fuerza inferior a la de la comunidad capitalista.

Así es, en efecto. pero no es éste el fondo de la cuestión. Si fuera posible en la sociedad socialista cifrar la productividad del trabajo de cada camarada con la misma precisión con que se puede conocer, mediante el cálculo económico, la del trabajador en el mercado, podría hacerse funcionar el socialismo sin que la buena o mala fe del individuo en su actividad productiva tuviera que preocupar a nadie. Podría entonces la comunidad socialista determinar qué cuota de la producción total corresponde a cada trabajador y, consiguientemente, cifrar la cuantía en que cada uno ha contribuido a ella. El que en una sociedad colectivista no sea posible efectuar semejante cálculo es lo único que, al final, hace que el socialismo sea inviable.

La cuenta de pérdidas y ganancias, instrumento típico del régimen capitalista, es un claro indicativo de si, dadas las circunstancias del momento, se debe o no seguir adelante con todas y cada una de las operaciones en curso; en otras palabras, si se está administrando, empresa por empresa, del modo más económico posible, es decir, si se está consumiendo la menor cantidad posible de factores de producción. Si un negocio arroja pérdidas, ello significa que las materias primas, los productos semielaborados y los distintos tipos de trabajo en él empleados deberían dedicarse a otros cometidos, en los que se produzcan o bien mercancías distintas, que los consumidores valoran en más y estiman más urgentes, o bien idénticos productos, pero con arreglo a un método más económico, o sea, con menor inversión de capital y trabajo. por ejemplo, cuando el tejer manualmente dejó de ser rentable, ello no indicaba sino que el capital y el trabajo invertido en las instalaciones de tejido mecánico eran más productivos, por lo que era antieconómico mantener instalaciones en las que una misma inversión de capital y trabajo producía menos.

En el mismo sentido, bajo el régimen capitalista, si se trata de montar una nueva empresa, fácilmente se puede calcular de antemano su rentabilidad. Supongamos que se proyecta un nuevo ferrocarril; cifrado el tráfico previsto y las tarifas que aquél puede soportar, no es difícil averiguar si resultará o no beneficiosa la necesaria inversión de capital y trabajo. Cuando ese cálculo nos dice que el proyectado ferrocarril no va a producir beneficios, hay que concluir que existen otras actividades sociales que reclaman con mayor urgencia el capital y el trabajo en cuestión; en otras palabras, que todavía no somos lo suficientemente ricos como para efectuar tal inversión ferroviaria. El cálculo de valor y rentabilidad no sólo sirve para averiguar si una determinada operación futura será o no conveniente; ilustra además acerca de cómo funcionan, en cada instante, todas y cada una de las divisiones de las diferentes empresas.

El cálculo económico capitalista, sin el cual resulta imposible ordenar racionalmente la producción, se basa en cifras monetarias. El que los precios de los bienes y servicios se expresen en términos dinerarios permite que, pese a la heterogeneidad de aquéllos, puedan todos, al amparo del mercado, ser manejados como unidades homogéneas. En una sociedad socialista, donde los medios de producción son propiedad de la colectividad y donde, consecuentemente, no existe el mercado ni hay intercambio alguno de bienes y servicios productivos, resulta imposible que aparezcan precios para los aludidos factores denominados de orden superior. El sistema no puede, por tanto, planificar racionalmente, al serle imposible recurrir a un cálculo que sólo puede practicarse recurriendo a un cierto denominador común al que pueda reducirse la inaprehensible heterogeneidad de los innumerables bienes y servicios productivos disponibles.

Contemplemos un sencillo supuesto. Para construir un ferrocarril que una el punto A con el punto B, cabe seguir diversas rutas, pues existe una montaña que separa A de B. La línea ferroviaria podría ascender por encima del accidente orográfico, contornear el mismo o atravesarlo mediante un túnel. Es fácil decidir, en una sociedad capitalista, cuál de las tres soluciones sea la procedente.

Se cifra el costo de las diferentes líneas y el importe del tráfico previsible. Conocidas tales sumas, no es difícil deducir qué proyecto es el más rentable. Una sociedad socialista, en cambio, no puede efectuar un calculo tan sencillo, pues es incapaz de reducir a unidad de medida uniforme las heterogéneas cantidades de bienes y servicios que es preciso tomar en consideración para resolver el problema. La sociedad socialista está desarmada ante esos problemas corrientes, de todos los días, que cualquier administración económica suscita. Al final, no podría ni siquiera llevar sus propias cuentas.

El capitalismo ha aumentado la producción de forma tan impresionante que ha conseguido dotar de medios de vida a una población como nunca se había conocido; pero, nótese bien, ello se consiguió a base de implantar sistemas productivos de una dilación temporal cada vez mayor, lo cual sólo es posible al amparo del calculo económico. Y el cálculo económico es, precisamente, lo que no puede practicar el orden socialista. Los teóricos del socialismo han querido, infructuosamente, hallar fórmulas para regular económicamente su sistema, prescindiendo del cálculo monetario y de los precios. Pero en tal intento han fracasado lamentablemente.

Los dirigentes de la ideal sociedad socialista tendrían que enfrentarse a un problema imposible de resolver, pues no podrían decidir, entre los innumerables procedimientos admisibles, cuál sería el más racional. El consiguiente caos económico acabaría, de modo rápido e inevitable, en un universal empobrecimiento, volviéndose a aquellas primitivas situaciones que, por desgracia, ya conocieron nuestros antepasados.

El ideal socialista, llevado a su conclusión lógica, desemboca en un orden social bajo el cual el pueblo, en su conjunto, sería propietario de la totalidad de los factores productivos existentes. La producción estaría, pues, enteramente en manos del gobierno, único centro de poder social. La administración, por sí y ante sí, habría de determinar qué y cómo debe producirse y de qué modo conviene distribuir los distintos artículos de consumo. Poco importa que este imaginario estado socialista del futuro nos lo representemos bajo forma política democrática o cualquier otra. Porque aun una imaginaria democracia socialista tendría que ser forzosamente un estado burocrático centralizado en el que todos (aparte de los máximos cargos políticos) habrían de aceptar dócilmente los mandatos de la autoridad suprema, independientemente de que, como votantes, hubieran, en cierto modo, designado al gobernante.

Las empresas estatales, por grandes que sean, es decir, las que a lo largo de las últimas décadas hemos visto aparecer en Europa, particularmente en Alemania y Rusia, no tropiezan con el problema socialista al que aludimos, pues todavía operan en un entorno de propiedad privada. En efecto, comercian con sociedades creadas y administradas por capitalistas, recibiendo de estas indicaciones y estímulos que su propia actuación ordenan. Los ferrocarriles públicos, por ejemplo, tienen suministradores que les procuran locomotoras, coches, instalaciones de señalización y equipos, mecanismos todos ellos que han demostrado su utilidad en empresas de propiedad privada. Los ferrocarriles públicos, por tanto, procuran estar siempre al día tanto en la tecnología como en los métodos de administración.

Es bien sabido que las empresas nacionalizadas y municipalizadas suelen fracasar; son caras e ineficientes y, para que no quiebren, es preciso financiarlas mediante subsidios que paga el contribuyente.

Desde luego, cuando una empresa pública ocupa una posición monopolista —como normalmente es el caso de los transportes urbanos y las plantas de energía eléctrica— su pobre eficiencia puede enmascararse, resultando entonces menos visible el fallo financiero que suponen. En tales casos, es posible que dichas entidades, haciendo uso de la posibilidad monopolista, amparada por la administración, eleven los precios y resulten aparentemente rentables, no obstante su desafortunada gerencia. En tales supuestos, aparece de modo distinto la baja productividad del socialismo, por lo que resulta un poco más difícil advertirla. Pero, en el fondo, todo es lo mismo.

Ninguna de las mencionadas experiencias socializantes sirve para advertir cuáles serían las consecuencias de la real plasmación del ideal socialista, o sea, la efectiva propiedad colectiva de todos los medios de producción. En la futura sociedad socialista omnicomprensiva, donde no habrá entidades privadas operando libremente al lado de las estatales, el correspondiente consejo planificador carecerá de esa guía que, para la economía entera, procuran el mercado y los precios mercantiles. En el mercado, donde todos los bienes y servicios son objeto de transacción, cabe establecer, en términos monetarios, razones de intercambio para todo cuando es objeto de compraventa. Resulta así posible, bajo un orden social basado en la propiedad privada, recurrir al cálculo económico para averiguar el resultado positivo o negativo de la actividad económica de que se trate. En tales supuestos, se puede enjuiciar la utilidad social de cualquier transacción a través del correspondiente sistema contable y de imputación de costos. Más adelante veremos por qué las empresas públicas no pueden servirse de la contabilización en el mismo grado en que la aprovechan las empresas privadas. El cálculo monetario, no obstante, mientras subsista, ilustra incluso a las empresas estatales y municipales, permitiéndoles conocer el éxito o el fracaso de su gestión. Esto, en cambio, sería impensable en una economía enteramente socialista no podrían jamás reducir a común denominador los costos de producción de la heterogénea multitud de mercancías cuya fabricación programaran.

Esta dificultad no puede resolverse a base de contabilizar ingresos en especie contra gastos en especie, pues no es posible calcular más que reduciendo a común denominador horas de trabajo de diversas clases, hierro, carbón, materiales de construcción de todo tipo, máquinas y restantes bienes empleados en la producción. Sólo es posible el cálculo cuando se puede expresar en términos monetarios los múltiples factores productivos empleados. Naturalmente, el cálculo monetario tiene sus fallos y deficiencias; lo que sucede es que no sabemos con qué sustituirlo. En la práctica, el sistema funciona siempre y cuando el gobierno no manipule el valor del signo monetario; y, sin cálculo, no es posible la computación económica.

He aquí por qué el orden socialista resulta inviable; en efecto, tiene que renunciar a esa intelectual división del trabajo que mediante la cooperación de empresarios, capitalistas y trabajadores, tanto en su calidad de productores como de consumidores, permite la aparición de precios para cuantos bienes son objeto de contratación. Sin tal mecanismo, es decir, sin cálculo, la racionalidad económica se evapora y desaparece.